Escrito por Sally Fallon Morell y Mary G. Enigh, PhD. 1 de enero de 2000
Traducido por Verónica Belli Obando
De entre todos los grupos visitados por Weston Price a lo largo de sus viajes de investigación en los años treinta, aquel que lo asombró más fue el grupo de aborígenes australianos, a quienes describió como “un museo vivo, intacto desde el origen de la vida animal en la tierra”. Para Price, los aborígenes australianos representaban el paradigma de la perfección física y moral. Sus habilidades en la caza, el seguimiento y el almacenamiento de comida, eran insuperables. Su organización social hacía posible la educación de los niños en escuelas desde una edad temprana. Existían una serie de iniciaciones para los niños-jóvenes, diseñadas para inculcar en ellos valentía, así como respeto por el bienestar de la tribu entera, y respeto y cuidado por las muchas personas de la tercera edad que integraban la tribu, para quienes eran reservados alimentos especiales sencillos de recolectar y/o cazar. Las fotografías que Price capturó de los aborígenes australianos alimentados con sus dietas nativas ilustran estructuras dentales cuya perfección hace al lector preguntarse si estarían utilizando dentaduras postizas. Pese a esto, y al igual que en el resto de grupos indígenas estudiados por Price, los aborígenes australianos fueron presa de un decaimiento dental abrupto, y de enfermedades de todo tipo, cuando adoptaron los productos de la industria moderna de alimentos, por lo general harina y azúcar refinadas, mermeladas, enlatados, y té. Además, las personas nacidas tras la adopción de la comida industrializada desarrollaron irregularidades del arco dental y deformidades faciales evidentes -mismos patrones observados en las civilizaciones de personas blancas al modernizar su dieta, comprobando que son malformaciones debidas a la malnutrición y no a un asunto de razas.10
El continente australiano es fuente de abundantes alimentos de origen animal -mamíferos terrestres, aves, reptiles, alimentos marinos, e insectos- además de una variedad impresionante de alimentos de origen vegetal. Mientras que en las áreas subtropicales las costas eran exuberantes, las condiciones en las zonas áridas del interior eran extremadamente duras. Sin embargo, las personas de las regiones áridas eran tan saludables y robustas como sus contrapartes en los bosques costeros. Cada clan permanecía dentro de su propio territorio, excepto para participar en ciertas ceremonias religiosas o para compartir cosechas especialmente abundantes, como cosechas de mariscos o nueces. Los grupos costeros construían refugios en los que podían permanecer por algún tiempo y, solo cuando era necesario, se movilizaban en grupo para aprovechar ciertos alimentos estacionales. Las tribus del desierto, en cambio, cambiaban su ubicación constantemente; sus territorios eran más grandes y se movilizaban en ellos de acuerdo a la ubicación del agua y los animales de caza.
Los hombres estaban a cargo de la caza de los animales de gran tamaño, las aves, y los pescados. Generalmente cazaban a los canguros en grupos. Algunos hombres se esparcían para arrear a los animales hacia una red que extendían cruzando un hoyo en el bosque, o hacia un matorral cerca de la zona en que los animales se alimentaban, mientras que otros se ocultaban cerca de la red para atrapar a los animales con lanzas o con garrotes. En el cielo abierto, los animales eran rastreados y cazados con una lanza mientras descansaban en la sombra de un árbol durante la parte más calurosa del día.11 También se cazaban marsupiales pequeños, como los ualabí, los pademelon, los bandicut, y las ratas canguro. Dichos animales han sido reemplazados en parte por los conejos en las regiones áridas del interior. Los echidnas también son cazados por su carne.
Los aborígenes australianos no solían cazar de noche, pero eran muy ingeniosos al momento de capturar animales nocturnos, como el possum y el koala -ambos muy apreciados como alimentos-, desde los lugares en que descansaban durante el día. Los aborígenes primero detectaban la presencia del animal, por su olor, por las marcas que dejan las garras de los felinos, o por sus heces, y luego confirmaban su presencia insertando un palo o una hoja de helecho con miel en la punta, en el árbol o tronco hueco que estaba sirviendo de madriguera. Si el palo u hoja salía con pelos pegados a la miel, ellos sabían que el animal estaba ahí. Para sacar al animal de su madriguera, trepaban el árbol y tomaban al animal, o le echaban humo hasta que saliera.
En algunos lugares, los murciélagos como el zorro volador y el orejudo gris eran tan numerosos que tapaban a las estrellas y la luna cuando volaban. Ellos eran atrapados durante el día mientras dormían en los matorrales. Dos o tres personas trepaban los árboles donde los murciélagos estaban durmiendo cargando alrededor de una docena de pequeños garrotes. Se paraban en las ramas, asustaban a los murciélagos, y les lanzaban los garrotes a medida que salían volando.
Los reptiles, como las iguanas, las lagartijas, los sapos y las serpientes, también tenían lugar en la dieta de los aborígenes, al igual que aves de todos los tamaños: los emus, los pavos, los cisnes, los loros y las cacatúas. Para atrapar a las aves voladoras, como los loros, los aborígenes instalaban redes entre los árboles. Cuando pasaban las bandadas de aves, lanzaban un búmeran sobre ellas, y pensando que eran halcones, las aves descendían y quedaban atrapadas en las redes. En el verano, los cazadores capturaban patos sumergiéndose hasta el cuello en hoyos de agua, sosteniendo pequeñas ramas para esconder sus cabezas. Cuando algún pato estaba a su alcance, el cazador lo sujetaba de las patas y lo sumergía, ahogándolo. Los peces eran capturados con un arpón o envenenados añadiendo ciertas plantas venenosas al agua. Una vez muertos, los peces flotaban y podían ser capturados con la mano.
El gran reto para los aborígenes era la obtención de suficiente grasa en su dieta. Ellos eran observadores minusiosos de la naturaleza y reconocían el momento exacto en que determinados animales estaban en su punto más alto de grasa corporal. Por ejemplo, para los canguros, esto era cuando la Acacia filicifolia (acacia de hojas de helecho) estaba en flor; para los possums, cuando el árbol de manzana estaba en floración. Otras señales indicaban el momento en que la serpiente pitón de alfombra, la rata canguro, los mejillones, las ostras, las tortugas y las anguilas tenían más grasa almacenada y estaban en su mejor época.11 Excepto en tiempos de sequía o hambruna, los aborígenes australianos rechazaban comer canguros que eran muy magros -no valía la pena cargarlos de vuelta.1 Durante periodos de abundancia “los animales eran sacrificados a montones y solo se consumían las partes con más grasa y mejores”.7 Entre los alimentos favoritos estaban la grasa de los intestinos de los marsupiales y los emúes.7 La grasa de los riñones de los possums, altamente saturada, comúnmente se consumía cruda.5 El dugón, un mamífero grande de altamar, era otra fuente disponible de grasa para los nativos de la costa.
Otras fuentes de grasa incluyen a los huevos -tanto de aves como de reptiles- y una gran variedad de insectos. Entre los insectos el principal es la larva que se alimenta de árboles o troncos en descomposición. Estas larvas son un aperitivo suculento, de alrededor de seis pulgadas de largo, que se consumen tanto crudas como cocidas. El contenido de grasa de las larvas secas llega a ser del 67%. La hormiga verde arborícola era otra fuente de grasas valiosas, con una tasa de grasa-proteína de alrededor de 12 a 1. Otro alimento estacional importante en algunas partes del país era la polilla “bogong”. Las polillas eran capturadas de las paredes de las piedras donde se amontonaban en grandes números, o ahuyentadas con humo de las cuevas o grietas; se rostizaban en el momento o se molían para su uso futuro. Los abdómenes de las polillas son del tamaño de un maní pequeño, y son ricos en grasa.4
Weston Price encontró consistentemente que los grupos indígenas saludables consumían una dieta con al menos diez veces la cantidad de vitaminas liposolubles de grasas animales (vitaminas depositadas en los tejidos grasos de animales, que en su momento Price denominó “activadores solubles en grasa”) que la cantidad que se consume en una dieta moderna estándar (de los años treinta). En la dieta aborigen la fuente de estas vitaminas era la grasa animal, los órganos de los animales de caza (el animal entero era consumido, incluyendo las entrañas) así como insectos, pescados y en especial mariscos, incluyendo cangrejos, langostinos, langostas, camarones, gambas, caracoles, ostras, mejillones, conchas de vieira, abulones y erizos de mar. Los mariscos por lo general son diez veces más ricos en vitamina D que los órganos. Además, los mariscos que crecen alimentándose de algas y los insectos que crecen alimentándose de plantas verdes serían una fuente del factor que Price descubrió y denominó Activador X (hoy se cree que este sería la vitamina K2), un catalizador potente para la absorción mineral.10
Tradicionalmente, el rol de las mujeres aborígenes era la recolección. Ellas eran responsables de colectar insectos, mariscos y casi todos los alimentos vegetales. La mayoría de las regiones de Australia tienen una amplia gama de alimentos vegetales muy nutritivos para ofrecer, incluso las regiones áridas del desierto. En la costa este de Australia existen alrededor de 250 plantas comestibles, incluyendo tubérculos como los camotes y papas, las raíces de los helechos, los corazones de las palmeras, las legumbres, nueces y semillas, los brotes y hojas, y una gran variedad de frutas como los higos y bayas.9 Algunas áreas proveen mijo nativo en abundancia. En el desierto, el pasto spinifex produce grandes cantidades de semillas en ciertas épocas del año.
Una de las fuentes de alimento más destacadas para los aborígenes en Australia del este eran los pinos bunya de la montaña (Araucaria bidwillii). Cada tres años, estos enormes árboles producen enormes cantidades de conos, de los cuales los más grandes contienen semillas de 1-1.5 pulgadas. Al tercer año, muchas tribus viajan para llegar al Festival Bunya -una de las pocas ocasiones en que estaba permitido cruzar los límites de otras tribus. La cosecha era tan abundante que miles de personas podían vivir de las semillas recolectadas por semanas. Se dice de estas nueces que su sabor es delicioso, similar a las castañas cuando son tostadas.9 Las nueces también eran molidas para incluirse en comidas, y cocidas en las cenizas calientes como un pastel. Los aborígenes almacenaban las nueces de los pinos bunya poniéndolas en grandes canastos de caña y enterrándolas en un tipo especial de lodo. Cuando eran exhumadas, luego de muchos meses bajo la tierra, las nueces tenían un olor bastante desagradable y sin embargo eran un alimento muy popular.11
Otros árboles con un rol importante en la cultura aborigen incluyen las muchas variedades de acacia, de donde se obtenían flores para la elaboración de bebidas dulces, se recolectaban larvas comestibles de sus troncos, y se utilizaban sus raíces y cortezas como veneno para pescar; los mangles, árboles que se desarrollan en zonas de agua dulce, de donde se obtenían frutas, gusanos, ostras de agua dulce, mejillones y cangrejos de entre su complejo sistema de raíces; de sus hojas se colectaba sal.11 Los árboles de la goma y el eucalipto eran albergue para las larvas, las colmenas de abeja, los koalas y los possums. Incluso aquellos abultamientos que se desarrollaban en los árboles eran comestibles. Algunas flores son fuente de néctar que se utilizaba por una tribu en la elaboración de una bebida dulce llamada “bool” elaborada por una tribu aborigen. El “eucalipto de las cintas” (Eucaluptus viminalis) era fuente de una exudación blanca de sabor agradable, exudada del tronco. Se podían llegar a colectar 40 libras de exudado de los árboles en un día.6 Las hojas del eucalipto era utilizadas en la elaboración de medicinas herbales, mientras que su resina se utilizaba en tapar caries dentales.11 Las flores del árbol melaleuca, o corteza de papel, eran utilizadas en bebidas dulces. Aún más importante, su corteza era utilizada en prácticamente todo, desde la cocina hasta la elaboración de canoas.
Los alimentos de origen animal generalmente eran cocidos, ya sea a fuego abierto o a vapor dentro de un hoyo. El canguro, por ejemplo, se ponía sobre el fuego y era sellado por poco tiempo, de manera que el interior continuaba prácticamente crudo; otras veces el canguro se ponía en un hoyo grande, rodeado de carbones calientes y sellado del aire. Algunas veces la comida era envuelta en corteza de melaleuca. Los murciélagos se cocinaban envueltos en las hojas de la palmera Alexandra; cuando estaban listos, se retiraban las hojas sacando la piel y el pelaje del animal al mismo tiempo.6 La carne a menudo se suavizaba con golpes antes de ser cocida.
Las plantas requieren una preparación más cuidadosa dado que muchas de ellas son difíciles de digerir e incluso venenosas. Las mujeres aborígenes pasaban muchas horas lavando, moliendo, aplastando, rallando, hirviendo y cociendo los alimentos de origen vegetal. El agua se hervía en contenedores hechos de cortezas de árboles o en conchas de mariscos de gran tamaño.6
Normalmente, el primer paso en la preparación de las plantas era el “yandying”, proceso mediante el cual las mujeres separaban las semillas de los tallos y otras impurezas con las que habían sido recogidas. Engañosamente, este paso parece sencillo, sin embargo, es extremadamente complicado ya que “requiere movimientos muy hábiles y una gran habilidad.” Las semillas recolectadas eran puestas en un plato de madera elongado llamado “coolamon” (Figura 1), y los varios objetos de diferente densidad o características se separan unos de otros con “movimientos muy intricados y hábiles que los van rotando y sacudiendo.”5
Las raíces de los helechos eran un elemento básico en la alimentación de muchas regiones. Se desenterraban, se lavaban, se tostaban en cenizas calientes, se cortaban en trozos, y se molían en medio de dos piedras redondeadas para luego comerse. Otros tipos de raíces de helechos se secaban al sol, se tostaban ligeramente y se pelaban con las uñas; luego se picaban en un tronco para romper las fibras, se mezclaban con agua y otros ingredientes y finalmente se convertían en una masa para cocinar. Este pastel de raíz de helecho se comía con pescado, carne, cangrejos u ostras. Algunos alimentos, como los bulbos de las orquídeas, primero se secaban, luego se agrupaban y se mezclaban con agua para cocinarse. Los camotes se desenterraban con un palo -en ocasiones desde una profundidad de tres pies o más- y se preparaban presionándolos al lavarlos en agua para luego cocerlos en cenizas.11
Fig . Coolamon. Plato de madera.
Muchas semillas eran puestas en canastas que permiten el paso del agua, para colocarlas en las corrientes de agua entre varias horas y muchos días -un proceso que servía para remover los antinutrientes y aquellas sustancias en la mayoría de las semillas y legumbres que resultan tóxicas para nosotros. El frijol “matchbox”, por ejemplo, se remojaba por 12 horas6, mientras que el frijol “jack” se remojaba por días, antes de ser aplastados en tortas y puestos a tostar.11 Las semillas de zamia, una planta espinosa tipo palmera, eran deshidratadas al sol, luego puestas en una canasta y suspendidas en la corriente de agua por 4-5 días. Luego se trituraban y molían en piedras planas y se hacía con ellas una pasta muy fina. Esta pasta era envuelta en corteza de papel, horneada en cenizas y comida como queques.6 Las semillas de la palmera de piña se molían hasta harina, luego eran puestas en una corriente de agua por una semana, cocidas en carbones calientes y así consumidas.11 Los frijoles negros eran puestos en remojo en agua por 8-10 días y luego deshidratados en el sol. Se rostizaban en piedras calientes y se molían hasta un alimento de textura gruesa. Para comerlo, se mezclaba con agua para hacer un pastel ligero que era cocido nuevamente en piedras calientes.6
Las nueces de la palmera puntiaguda “pandanus”, aferradas a las superficies rocosas sobresalientes del este de Australia, requerían de seis semanas de tratamiento antes de hacerlas seguras para su consumo. Eran convertidas en un pan de nueces sabroso y nutritivo que también era popular entre los primeros colonos europeos.9 La flora australiana era fuente de diversas frutas muy nutritivas a lo largo de todo el año, particularmente en las regiones costeras húmedas. Algunas de estas se consumían crudas inmediatamente después de ser recogidas, mientras que otras eran procesadas. Las naranjas silvestres se cosechaban justo antes de su maduración, luego eran enterradas por un día durante el cual se hacían muy dulces. La manzana “wallaby” también se maduraba poniéndola en la arena por un día.11 El sabor de un tipo específico de ciruela silvestre mejoraba luego de almacenarla o enterrarla por un par de días.6 La fruta “quandong”, una especie de durazno nativo, se enterraba por cuatro días.11 Los higos deshidratados se molían hasta pasteles y se comían con miel. La “fruta de los mangles” (Sonneratia caseolaris) era pulpeada, remojada y hecha puré usando una canastilla.11
Los aborígenes también utilizaron frutas como los tamarindos y los limones nativos para hacer bebidas refrescantes.11 Ellos hacían una bebida ácida con la fruta de la palmera Calamus australis, aplastando la fruta en agua, y con el fruto del “árbol del pan” remojándolo en agua.6 Algunas flores ricas en néctar eran recolectadas en la mañana y puestas en infusión. El agua que resultaba se consumía fresca y también se dejaba a fermentar.11 Algunas tribus molían las flores en un plato de madera, luego drenaban el líquido en otro plato y lo mezclaban con la sustancia dulce de las hormigas mieleras*. La mezcla era puesta a remojar entre 8 y 10 días para hacer una cerveza.6 Con las hojas secas del árbol de flores rojas llamado “ti”, se hacía un té poniendo las hojas en agua caliente.6
Por supuesto, el agua fresca y pura era vital para la sobrevivencia de los aborígenes, tanto en las regiones costeras subtropicales como en el interior árido. Los aborígenes del interior sabían dónde localizar el agua en el desierto; salvo en épocas de extrema sequía ellos bebían grandes cantidades de agua. Investigadores han encontrado que “en uno de los hábitats más secos de la tierra, estas personas consumen alrededor del doble de agua por unidad de masa que los europeos en el mismo ambiente.”7 Un hombre aborigen adulto puede tomar casi tres cuartos de galón de agua en 35 segundos.7 Durante los tiempos de sequía se obtiene agua para tomar de los sapos contenedores de agua australianos y de algunas plantas.5
En el pasado, se utilizaban bolsas hechas de piel de canguro para transportar grandes volúmenes de agua. Paradójicamente, este tipo de bolsas no se utilizaban en las zonas más áridas, probablemente debido a que la población de canguros es escasa en el desierto, y los nutrientes vitales -particularmente los nutrientes solubles en grasas- se pierden si se retira la piel del animal al cocinarlo.5 Algunas hojas realmente grandes eran plegadas de maneras muy ingeniosas para transportar hasta un galón de agua.
Ningún estudio de las personas aborígenes hace mención alguna de la preparación de los huesos en pastas o caldos, práctica común en otros grupos tradicionales en todo el mundo. Ha sido reportado que los aborígenes hacían cal quemando las conchas de los mariscos en un fuego muy grande que permanecía encendido por 3 o 4 días3, probablemente para incluirla en la preparación de los alimentos. El consumo de los insectos enteros y de las polillas molidas proveían calcio, al mismo tiempo que los vegetales eran correctamente preparados para neutralizar el ácido fítico, bloqueador del calcio.
La dieta de los aborígenes australianos incluía tanto el sabor dulce como el salado. La sal era colectada de las hojas del manglar, y también se encontraba disponible en las planicies de sal en las zonas desérticas. Las hojas de Carpobrotus glaucescens eran consumidas rostizadas.6 Ciertos juncos contenían cantidades importantes de sodio, al igual que las semillas de la grevellea dorada, algunos tipos de higos, la ciruela nonda y el tomato bush. La raíz de la chirivía silvestre y las castañas de agua (Eleocharis dulcis) contienen más de 4500 mg de sodio por cada 100 gramos.8 Los alimentos de origen animal también son fuente de sodio, especialmente la sangre y algunos órganos, el lagarto, los mariscos, el caracol y las lombrices.8 Las semillas de Ampelopsis arborea eran molidas y usadas como una pimienta6; igualmente, algunas hojas aromáticas se utilizaban en la cocina.
Los aborígenes gustaban mucho del consumo de miel como su principal alimento dulce. Hacían la distinción entre dos tipos: una miel blanca y muy dulce, almacenada en pequeños árboles muertos y huecos, y otra oscura, más abundante y con algún tipo de sabor agrio.11 En el desierto, la principal fuente de sabor dulce era el abdomen de las hormigas mieleras*. Las gomas de los árboles eran disueltas en agua y mezcladas con miel para elaborar dulces para los niños.3 Además se recogía el exudado dulce de algunos árboles para masticarlo, o derretirlo con agua tibia, y así formar la gelatina que consumirían.11
Algunos escritores declaran que los aborígenes australianos no practicaban método alguno de agricultura o domesticación de animales12. Esto no es del todo verdad. Por ejemplo, en ocasiones los aborígenes domesticaban a los dingos salvajes criándolos y entrenándolos desde cachorros. Aunque no eran de mucha ayuda al momento de cazar canguros, eran muy útiles en rastrear y capturar a los echidna y a los lagartos.
Y si bien los aborígenes no practicaban la agricultura como tal, sí hacían un manejo forestal de sus territorios, especialmente con el uso de fuego. Los etnobotánicos están solo empezando a apreciar el rol vital que tuvo el fuego en el incremento de los alimentos disponibles para los aborígenes. Los primeros exploradores a menudo reportaron los fuegos provocados por los aborígenes. Muchos de los alimentos vegetales más importantes de los aborígenes requieren de quemas regulares para obtener su máxima producción. Algunas plantas del desierto requieren la quema con mayor frecuencia que otras, resultando en un “mosaico de comunidades de plantas en diferentes estados de recuperación de la quema.”5
Incluso practicaban las vedas de caza y recolección, en zonas identificadas como lugares sagrados con el fin de contribuir con el mantenimiento ecológico del ambiente de los aborígenes. Dichas zonas funcionaban como santuarios de la vida animal. “Estas áreas tendrían una importancia vital para la viabilidad a largo plazo de un área, dado que inmediatamente luego de las sequías eran una fuente de plantas y animales que servía para restaurar las áreas vacías, de esta manera aseguraban una recuperación más rápida del espacio en que habitaba originalmente la biota.”5
Otro aspecto de su gestión de la tierra era la creación de refugios para las poblaciones de insectos. Empujaban los troncos de roble hacia los arroyos y ríos para atraer a las larvas.11 Cada cierto tiempo se apilaba madera a medio metro de alto y casi dos metros de ancho, madera que estaría lista para cosecharse en el lapso de un año. Las mujeres y los ancianos se encargaban de colectar las larvas. Los aborígenes hacían un anillo en el tronco de los árboles del árbol “nuez vela” (Aleurites moluccana) para inducir su pudrición. Las larvas blancas se alimentaban de la madera en pudrición y estas se colectaban como alimento.6
La dieta tradicional aborigen incluía lo necesario para un excelente desarrollo físico, fuerza suprema, y resistencia. En general, era capaz de mantener a las personas en buena salud. Al igual que Weston Price, los primeros exploradores reportaron que los aborígenes eran “bien formados; sus extremidades estaban alineadas y eran musculosas, sus cuerpos erectos; sus cabezas bien formadas; sus rasgos en general eran buenos; sus dientes regulares, blancos y en buen estado. Ellos son capaces de resistir grandes fatigas y privaciones en sus búsquedas, en las que andaban grandes distancias.”12 Muchos observadores reportaron su gran destreza y su vista aguda, que les permitía ver estrellas que los hombres blancos modernos solo podían ver con el telescopio, así como avistar animales a una milla, que el hombre civilizado simplemente no podía ver.
Uno de los primeros colonizadores de Australia, Philip Chancy, reportó varios ejemplos de la extraordinaria “rapidez de vista, flexibilidad y agilidad de extremidades y músculos” de los aborígenes. Muchos nativos eran capaces de lanzar pelotas de cricket a grandes distancias, y “superaban a las mejores estrellas del circo saltando desde un trampolín en una voltereta sobre once caballos parados uno al lado del otro.”12
Sin embargo, el amplio conocimiento de los aborígenes sobre las plantas medicinales indica que no estaban libres de dolores y enfermedades. Entre las plantas de Australia existen remedios para la diarrea, las toces, los resfríos, el reumatismo, las infecciones de oídos, los dolores de muelas, el dolor de estómago, las migrañas, los males de ojos, las fiebres, los malestares generales, los sarpullidos, las hemorragias del parto, las verrugas y las úlceras -así como para el tratamiento de las heridas, las quemaduras, las mordeduras de insectos y el veneno de las serpientes. Macfarlane estudió a los aborígenes del desierto viviendo casi solo de sus alimentos nativos, y encontró que cada miembro de la tribu sufría de conjuntivitis crónica.7
Los aborígenes también utilizaron hierbas como anticonceptivos y para la esterilización, permitiéndoles espaciar a sus hijos y evitar la sobrepoblación.
La situación en que se encuentran los aborígenes modernizados que han abandonado su dieta nativa es tremendamente triste. Ellos son propensos al sobrepeso, la diabetes, la tuberculosis, el alcoholismo y, por sobre todas las cosas, a drogarse con petróleo.
Muchos aborígenes reconocen la necesidad de retornar a sus alimentos nativos. Esta es la historia de Daisy Kanari:
Mucho tiempo atrás, cuando las personas aborígenes vivían en el bosque comiendo los alimentos buenos y saludables que ahí conseguían, ellos tenían una vida fuerte y sana. Pero ahora las cosas son distintas. Esto es lo que pensamos: cuando éramos niños nuestros padres nos cuidaron y alimentaron de árboles quandongs, de larvas hechiceras, de las hormigas mieleras, de conejos, y mucho más. Estos alimentos buenos es lo que comimos mientras crecíamos. En tiempos muy remotos vivimos de estos alimentos y hasta el día de hoy lo hacemos.
Luego vinieron los europeos cargados de sus comidas: azúcar, harina, leche, hojas de té y latas de carne. A partir de ahí, las personas viven comiendo esto. Hoy la situación con el petróleo y el alcohol es mala. Cuando nuestros hijos prueban el alcohol, continúan tomándolo y van sin rumbo. No vuelven a sus madres. Lo mismo pasa con el petróleo: cuando los niños huelen petróleo por un período largo de tiempo, están muertos para siempre. El petróleo y el alcohol son cosas malas que han sido introducidas recientemente a nuestro territorio y a nuestras vidas.2
Algunos grupos aborígenes han retornado a la naturaleza -tanto en las regiones del desierto como en las reservas costeras y las áreas montañosas. Puede que estén cazando con pistolas y cargando agua en baldes, pero han vuelto a las maneras de alimentarse de sus ancestros. El valor comercial de algunos de sus productos tiene un gran potencial -desde los pasteles de frijoles y las bebidas fermentadas como snacks, hasta los polvos de insectos como ingrediente nutritivo para incluir en la alimentación tanto de personas como de animales, y también las preparaciones medicinales. Unas mejores políticas gubernamentales educarían a la población australiana sobre el valor de estos productos y crearía un mercado para ellos, facilitando que los aborígenes se mantengan con dignidad y propósito en torno a su estilo de vida tradicional.
Referencias:
- Abrams, Leon, M.A. Personal communication
- Anangu Way, Nganampa Health Council, Inc. Alice Springs, Australia, 1991
- Crawford, I. M., Traditional Aboriginal Plant Resources in the Kalumburu Area: Aspects in Ethno-economics, Western Australian Museum, Perth, 1982
- Isaacs, Jennifer, Bush Food, Council for Aboriginal Reconciliation and the Aboriginal and Torres Strait Islander Commission, Canberra, 1992
- Latz, P. K. Bushfires and Bushtucker: Aboriginal Plant Use in Central Australia, IAD Press, Alice Springs, NT, 1995
- Leiper, Glen, Mutooroo Plant Use by Australian Aboriginal People, Eagleby South State School, Eagleby 4207, 1984
- Macfarlane, W. V., “Aboriginal Desert Hunter/Gatherers in Transition,” The Nutrition of Aborigines in Relation to the Ecosystem of Central Australia, CSIRO, Melbourne, 1978
- Miller, Janette Brand, Tables of Composition of Australian Aboriginal Foods, Aboriginal Studies Press, Canberra ACT, 1993
- Nayutah, Jolanda and Gail Finlay, Minjungbal: The Aborigines and Islanders of the Tweed Valley, North Coast Institute for Aboriginal Community Education, Lismore, NSW, 1988
- Price, Weston A, DDS, Nutrition and Physical Degeneration, Keats Publishing, Inc., New Canaan, CT, 1939
- Symons, Pat and Sim, Bush Heritage, Pat and Sim Symons, Queensland 4560, 1994
- Arnold de Vries, Primitive Man and his Food, Chandler Book Co., 1952.
Copyright: © 1999 Sally Fallon and Mary G. Enig, PhD. Todos los derechos reservados. Artículo originalmente publicado en la revista Price-Pottenger Nutrition Foundation Health Journal Vol 22, No 2. (619) 574-7763.
Acerca las autoras
Sally Fallon Morell es autora del libro best-seller de cocina y nutrición “Nourishing Traditions”, así como de los libros “Nourishing Broth” y “Nourishing Fats”, entre otros. Sally es co-fundadora y presidenta de la Weston A. Price Foundation. Visita su blog en nourishingtraditions.com
Mary G. Enig, PhD, FACN, CNS, co-fundadora de la Weston A. Price Foundation, quien lideró distintos estudios acerca del contenido y efecto de los ácidos grasos trans en Estados Unidos e Israel, y logró enfrentarse con éxito a las afirmaciones del gobierno que señalan a las grasas animales en nuestra dieta como causantes de cáncer y enfermedades cardiovasculares. La reciente alarma científica y de los medios públicos sobre los posibles efectos adversos de los ácidos grasos trans ha incrementado la atención sobre su trabajo. Mary Enig es la autora del libro “Know Your Fats” (Conoce las grasas que consumes) y del libro “Eat Fat Lose Fat” (Come grasa y adelgaza).
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