Por Jill Nienhiser
Traducido por Verónica Belli Obando
Lierre Keith fue estrictamente vegana por casi veinte años, tentada de manera ocasional solo por los lácteos. Su libro es un testimonio muy vívido de las consecuencias que sufrió su cuerpo llevando esa dieta, y de cómo consiguió entender que el vegetarianismo no es la solución a los problemas medioambientales, al sufrimiento animal, ni a la tercera hambruna mundial.
Para Keith, no fue fácil entender esto. A pesar del dramático deterioro de su salud, ella no creía que llevar una dieta vegana tuviera algo que ver con ello. Por el contrario, influenciada por toda la información que circula diciendo que los alimentos animales, con su contenido de grasas saturadas y colesterol, son la causa de los problemas de salud de la actualidad, creía que hacía lo correcto para ella y que estaba dejando de contribuir con una industria que necesariamente tortura a los animales, y supuesta causante del deterioro ambiental, “que utiliza alimento y agua que bien podrían estar alimentando seres humanos”.
Así, continuó llevando su cuerpo a rastras día tras día, pensando que ser vegana era una manifestación de su desesperado y noble compromiso con la vida, la justicia y la compasión. Mientras continuaba luchando por encontrar respuestas a sus problemas de salud, además, decidió dar un nuevo paso en su camino como ambientalista y empezó a intentar cultivar su propia comida. Según Keith, ambos retos le dieron un conocimiento del mundo que de ninguna otra manera hubiera obtenido. Ese conocimiento es el que comparte en su libro, organizado en tres secciones que abarcan: 1) el vegetarianismo como un acto moral, 2) el vegetarianismo como un acto político y 3) el vegetarianismo como una supuesta mejor manera de alimentarnos desde el punto de vista nutricional. Estos tres capítulos están enmarcados en una introducción (“¿Por qué este libro?”) y una conclusión (“Para salvar el mundo”).
El vegetarianismo como un acto moral
Al tocar el tema de la crianza y matanza de animales para alimentarnos, Keith deja claro que ella no está de ninguna manera justificando los horrores que cometen algunos centros de crianza de la gran industria de alimentos con los animales. Sin embargo, existen otras maneras de criar animales para obtener de ellos nuestro alimento. Además, debemos saber que si en nuestro plato de comida no vemos un animal muerto, eso no significa que la obtención de vegetales no traiga consigo la muerte de muchos animales de por medio (pájaros, insectos, roedores y animales de todo tamaño, pierden su hábitat cuando los bosques son derribados para cultivar grandes extensiones de vegetales). La expansión mundial de la agricultura para la obtención de granos ha destruído ecosistemas, ha secado lagunas, ha causado extinciones y ha eliminado la vida en el suelo. Muchos cientos de pequeños animales mueren dentro o debajo de la maquinaria cada vez que los campos son cosechados, al igual que los insectos y las mismas plantas. La muerte es inherente a cada pieza de alimento que nos permite la vida.
A medida que Keith intentaba cultivar su propia comida, se iba compenetrando con la naturaleza y sus ciclos, e iba aprendiendo que las plantas comen, y que eso que comen es animales -ya sea en la forma de fertilizantes derivados de combustibles fósiles, o en la forma de sangre y huesos para fertilizar la tierra. El suelo se alimenta a través de millones de diminutos organismos en cada pedazo de tierra, todos degradando y generando material orgánico, haciendo posible la vida para el resto de nosotros. Los insectos necesitan comer y querían comer los vegetales que Keith estaba sembrando, entonces si ella quería ser quien los disfrute tenía que elegir entre usar métodos químicos o poner pollos que se deshagan de los insectos. ¿Sería capaz de “explotar” algunos pollos poniéndolos a comer insectos en su jardín, y simplemente al final no comerlos? ¿Sería la responsable de la muerte de esos insectos al haber puesto un pollo sabiendo lo que este haría?
El vegetarianismo como un acto político
Aquellos que se declaran vegetarianos por razones políticas, sostienen que no es ético alimentar animales con toneladas de granos que podrían ser destinados a la alimentación humana en países donde hay escasez de alimentos. Keith explica lo equivocado de esta idea desde distintos ángulos: en un principio, el ganado no debería estar siendo alimentado con granos en criaderos, sino que debería estar comiendo pastos mientras camina, a medida que retorna nutrientes al suelo mediante su orina y excrementos. En segundo lugar, gran parte de las tierras del mundo no son adecuadas para el cultivo intensivo de granos y, en muchos casos, hemos agotado los nutrientes del suelo en aquellas tierras que sí lo son…es así que, a pesar de que se reportan rendimientos crecientes en los cultivos, eventualmente no habrá petróleo suficiente para la fabricación de fertilizantes sintéticos ni para distribuir las cosechas en todo el mundo. En tercer lugar, una dieta humana basada en granos solo lograría mantener el estado de malnutrición entre estas personas (ver “Vegetarianismo por razones nutricionales” más adelante).
Finalmente, argumentar que los granos se destinen directamente a la alimentación humana no es más que una cortina de humo para el fomento de la agricultura industrial. Aquellas naciones donde escasean los alimentos no necesitan nuestras donaciones; lo que necesitan es que paremos el subsidio a las exportaciones y el tráfico de armas, aquello que destruyó sus sistemas nativos de alimentación y ocasionó las hambrunas en primer lugar. Monsanto, Cargill, ConAgra y Archer Daniels Midland, son algunas de las compañías que nos dieron el maíz y la soya transgénicos, y establecieron el precio de los granos por debajo del costo de producción, y que, además, junto con grandes empresas, entre ellas algunas petroleras, son dueñas de casi todas las marcas orgánicas (Hain, Cascadian Farms, Mui Glen, etc.). Estas empresas están felices de tener grandes utilidades vendiendo granos “orgánicos” a personas dispuestas a pagar grandes precios, al mismo tiempo que hacen todo lo que pueden por disminuir los estándares de lo que “orgánico” significa, para disminuir sus costos manteniendo los mismos precios. A pesar de que sus declaraciones institucionales así lo señalen, su objetivo no es ayudar a los más necesitados (basta entrar a la página de monsanto.com, cargill.com, y adm.com, para ver las declaraciones que muestran con respecto a sus “valores” ̶ en completa oposición a su comportamiento).
Monsanto está patentando tantas semillas como le es posible, y declarando como suya la propiedad intelectual que es resultado del trabajo de generaciones de agricultores en todo el mundo durante siglos. Monsanto demanda a todo agricultor que retiene semillas patentadas para su siguiente siembra, con el objetivo de que los agricultores requieran comprar semillas cada vez que las necesiten. ¿De verdad a alguien le parece sensato mantener un modelo que necesita de la gran agricultura, basada en la dependencia hacia una cantidad limitada de plantas, patentadas por empresas con intereses poco menos que crueles?
Vegetarianos por razones nutricionales
Keith aprendió por el camino duro, su propia experiencia, que su cuerpo realmente necesita de la comida hacia la que ha evolucionado y que está preparado para comer. El consumo de alimentos de origen animal, ricos en proteínas completas, vitaminas liposolubles, colesterol y minerales, es lo que permitió que nuestros cerebros incrementen su tamaño, al mismo tiempo que nuestros tractos digestivos se iban simplificando antes de la domesticación y el cultivo de granos.
En su obra, Keith discute el daño que ocurre en nuestro cuerpo con el consumo excesivo de granos, especialmente cuando no los hemos procesado correctamente antes de consumirlos: sus elevadas cantidades de azúcares, lectinas, fitatos, e inhibidores de enzimas y fitoestrógenos, causan alteraciones en nuestros niveles de glucosa en sangre, resistencia a la insulina, inflamación de los intestinos y las articulaciones, enfermedades autoinmunes, deficiencias minerales, desórdenes digestivos, disrupción hormonal, y muchos otros problemas de salud. Como muchos investigadores han demostrado, el incremento exponencial del último siglo en el consumo de carbohidratos refinados, así como en el consumo de aceites vegetales refinados y de proteínas vegetales hidrolizadas, junto con el abandono de los alimentos densos en nutrientes que eran consumidos como parte de la gastronomía tradicional, es responsable en gran parte de las enfermedades crónicas que son epidémicas en la actualidad.
Salvar el mundo…
Si tengo alguna crítica para este libro, es que su último capítulo es bastante siniestro. E igual no puedo culpar a la autora: Keith ha hecho las investigaciones necesarias, ha procesado los números, y realmente piensa que el planeta no puede sostener en el largo plazo si quiera un décimo de la población que tenemos ahora. La susceptibilidad de muchos será herida con su primera recomendación: “No tengan hijos”.
Como Keith señala, una gran porción de la humanidad no estaría hoy aquí si no fuera por la Revolución Verde, que, al mismo tiempo que hizo posible alimentar a miles de millones de humanos más que antes (con una dieta muy pobre), aceleró la degradación de la capa superficial de suelo y la destrucción de ecosistemas-con grandes utilidades para unas pocas corporaciones. Si nuestro crecimiento no frena de manera voluntaria, y pronta, entonces será frenado rápida e involuntariamente debido a la escasez de alimentos, al colapso ambiental y a las guerras que ocurrirán por lo último que quede de nuestros recursos.
No puedo decir si Keith está en lo cierto cuando señala lo grave de la situación, pero incluso si la realidad no fuera tan siniestra como ella lo muestra, es verdad que debemos tomar medidas y ser activos en implantar un modelo de agricultura y ganadería regenerativas en reemplazo de la agricultura industrial de ahora.
Parte de la brillantez de su libro es la facilidad con que es leído: la gracia con que entreteje explicaciones científicas sobre la química de las plantas y la nutrición con su dolorosa historia personal, de una manera amigable para todo público. Yo estaba asombrada con lo mucho que aprendí sobre temas nuevos para mí, como los ciclos de la vida en la naturaleza, el suelo, los animales, las zonas húmedas y la política, todo en 274 páginas de lectura fluida. Lloré en muchos puntos, no solo la primera vez que lo leí sino también la segunda. Su libro logra hacernos despertar de manera dolorosa de la fantasía en que muchos hemos vivido de un consumo infinito, y de la peligrosa idea de que bastará con que reciclemos, “compremos orgánico” y reemplacemos nuestros focos incandescentes con fluorescentes compactos.
El mito vegetariano es un documento elocuente y persuasivo en contra del vegetarianismo. Keith no ataca de manera agresiva a nadie; por el contrario, trata a las personas que están a favor del vegetarianismo con empatía y cariño. Ella entiende lo que es estar ahí y conoce el rezo que acoge el corazón de todo vegano. Pero sabe que la masificación del vegetarianismo no salvaría al mundo, sino que, por el contrario, aceleraría su destrucción.
Espero que este libro ayude a todas aquellas personas que, a pesar de ver su salud deteriorarse, por algún motivo se aferran a una dieta vegana o vegetariana, para que puedan darse cuenta de que su compasión y fervor por justicia, si bien son bienintencionados, no están siendo encaminados a lo que sería la solución. Personalmente, estoy contenta de poder recibir en la Fundación Weston A. Price a quienes llegan buscando ayuda en su recuperación luego de una etapa de veganismo o vegetarianismo: en equipo, y combinando nuestro compromiso y creatividad, tenemos grandes posibilidades de encontrar el camino a un futuro sostenible y de alimentos nutritivos para la humanidad y para todas las criaturas con que vivimos.
Acerca de Jill Nienhiser
Jill Nienhiser ha sido miembro de la Weston A. Price Foundation desde 2001. Por años, ha colaborado con el mantenimiento de nuestro sitio web y con la revisión de textos para westonaprice.org y para realmilk.com.
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